Luego, esta abstracción se convirtió muy pronto en una divinidad, tendiendo a parecerse a Ceres, aunque sin llegar nunca a ser un demonio violento y sanguinario como ella. Impersonal, la Moira es inflexible como el destino; encarna una ley que ni los mismos dioses pueden transgredir sin poner en peligro el orden del universo.
La Moira es la que impide a tal o cual dios acudir en socorro de un héroe determinado en el campo de batalla cuando ha llegado su “hora”.
Poco a poco parece haberse desarrollado la idea de una Moira universal que domina el destino de todos los humanos, y, sobre todo, después de la epopeya homérica, la idea de tres Moiras (Parcas), Cloto, Láquesis y Átropo que, para cada mortal, regulaban la duración de la vida desde el nacimiento hasta la muerte, con ayuda de un hilo que la primera hilaba, la segunda enrollaba y la tercera cortaba cuando la correspondiente existencia llegaba a su término.
Estas tres hilanderas son hijas de Zeus y de Temis, y hermanas de las Horas, divinidades de las Estaciones y que en una época más tardía llegaron a personificar las Horas del día. Según otra genealogía, eran hijas de la Noche, como las Ceres, y, por consiguiente, pertenecían a la primera generación divina, la de las fuerzas elementales del mundo.
Tienden a veces a formar un grupo con Ilitía, divinidad, como ellas, del nacimiento. Asimismo se encuentran citadas junto a Tique (la Suerte), que encarna una noción afín.
Las Moiras no poseen leyenda propiamente dicha. Apenas son más que el símbolo de una concepción del mundo, mitad filosófica, mitad religiosa.
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