La mayoría de la gente ha escuchado, o al menos visto en películas la historia de ese enorme caballo de madera que los griegos, valiéndose de artimañas, logran introducir en la ciudad de Troya, para luego apoderarse de ella. Sin embargo, Para conocer esta parte de la historia antigua debemos valernos de los poemas homéricos que forman el contenido de la “Ilíada” y la “Odisea”.
Se cuenta que mientras los griegos buscaban el modo de
entrar en Troya, el inteligente Odiseo (en cierto modo con la ayuda de Atenea)
ordenó la construcción de un enorme caballo de madera. El caballo debía tener
la particularidad de estar hueco por dentro, para que los soldados se pudieran
esconder en él.
Una vez que la estatua de madera fue construida por el
artista Epeo, Odiseo y treinta y nueve guerreros griegos más se introdujeron en
el hueco del caballo. El resto de la flota griega se retiró abandonando al
caballo, para que los troyanos creyeran su retirada, siendo Sinón el único
hombre dejado atrás. Cuando los troyanos se percataron de la presencia del
caballo se maravillaron ante sublime creación, mientras que Sinón fingió estar
furioso con los griegos por haberle dejado atrás.
Sinón les hizo creer a los troyanos que el caballo era un
regalo de los dioses a modo de amuleto para que Grecia ganase la guerra. De
hecho, el tamaño del caballo era inmenso para que los troyanos no lo pudieran
introducir en la ciudad, y así robarles el amuleto que les daría la victoria
definitiva en la guerra.
Casandra, portadora del don de la profecía, se opuso a la
introducción del caballo en la ciudad, ya que sabía que ese sería el fin de
Troya, pero la maldición del dios Apolo evitó que nadie la creyera. Esa misma
noche, los troyanos celebraron lo que creían que era su victoria introduciendo
el caballo en Troya con todo el esfuerzo que fue necesario.
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